“Antes de marcharme ya quería volver, antes de llegar ya quise quedarme"
Si hubiesen podido pedir un deseo, los dos hubiesen pedido lo mismo, sin duda: que el tiempo se parase. No tener que despedirse, no tener que separarse.
Tanto les costó estar juntos... Algún que otro mal entendido, lágrimas, palabras más altas que otras, un tono serio y distante en vez del tono cálido que siempre usaban... Todo se había puesto en contra, pero nada les quitó las ganas de verse, aunque sólo fuese por un momento. Y al final, lo consiguieron, se vieron. Los nervios del primer minuto se convirtieron enseguida en una sensación de comodidad, era como si se conociesen de toda la vida: como si no fuese la primera vez que él iba a buscarla a ese lugar, como si hiciesen a menudo ese trayecto en coche, los dos sentados uno al lado del otro y hablando durante más de una hora. Él apartaba contínuamente la vista de la carretera para observarla, y ella... Ella intentaba no pestañear para no perderse ni un solo gesto, ni un solo instante.
Una noche fue demasiado corta, tenían toda una vida que contarse. Demasiado pronto la noche se hizo día, y el día tarde.
Sin darse cuenta allí estaban, alargando el momento de despedirse. Los dos sin separar sus manos, agarrando juntos la palanca de cambios. A medida que se acercaban a la estación, él reducía la velocidad de su coche. La ansiedad, las ganas de decirse tantas cosas en esos últimos momentos, la incertidumbre de no saber qué sería de ellos DOS a partir del momento en que sus caminos volviesen a separarse. Ya habían empezado a echarse de menos.
Tantas veces le dijo que cuando estuviesen juntos, y si se portaba bien, le cantaría al oído; tantas veces había soñado despierta con ese momento, que no se dió cuenta que porfin estaba ocurriendo de verdad, que él estaba cantando aquella bonita canción sin apenas dejar de mirarla: "Si no existe, no hay momento, pa' decirte lo que siento, pa' decirte que te quiero..."
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